Pandemia y literatura *
La pandemia del nefasto bisiesto 2020 ha provocado reacciones de todo tipo en la ciudadanía, unas espontáneas y otras inducidas. Consejos y hasta consignas por doquier; mecanismos individuales de defensa, también. Entre las múltiples respuestas a la agresión y al miedo consecuente, caben escribir y leer, por ejemplo. En mi caso, confieso que he leído alternando esos momentos con otras actividades, al igual que están haciendo otras muchas personas. Continúo leyendo en un tiempo amenazante e incierto, como la vida misma, ahora aumentado el desconcierto a causa del virus. Pero vayamos a los libros.
El denso bagaje de reflexión filosófica existencial de La montaña mágica, en una relectura tan intensa como la primera ya lejana, se vio complementado por la carga social, redentora y romántica de Los miserables, con todo el cúmulo de datos históricos acerca de batallas napoleónicas, conventos españoles, cloacas parisienses, etc., que ralentizan una acción atractiva y llena de peripecias. Rescatada de las estanterías, he leído esta obra de Hugo con idéntico afán con que hace ya mucho tiempo encontré a Quasimodo en el incomparable escenario de Nôtre Dame, donde el deforme campanero sufría de amor por la gitana Esmeralda. Obligados son este año los textos galdosianos y, leídas y releídas hace tiempo algunas de sus imprescindibles novelas, tocaba ahora volver a entrar en los Episodios, dada la perenne admiración que don Benito muestra en ellos por Cervantes. Reconocida como la más lograda y atractiva, he completado, pues, la primera serie compartiendo penas y alegrías con Gabriel Araceli en El 19 de marzo y el 2 de mayo, La corte de Carlos IV, Napoleón en Chamartín, Juan Martín el Empecinado y La batalla de los Arapiles. A última hora, El doctor Centeno me ha vuelto a llevar callejeando a los barrios madrileños, tan galdosianos, acompañado de personajes inolvidables (Felipe Centeno, Alejandro Miquis, Ido del Sagrario, Pedro Polo), entre los cuales la conmovedora relación de Centeno y Miquis, criado y amo, me remitía en muchos aspectos a los personajes centrales de Misericordia.
Era un deber el contacto con la orilla hispanoamericana.
Bryce de Echenique, en La vida exagerada de Martín Romaña, aparte de
llevarme otra vez al París que conocí en 1967, me recordó, irónico y escéptico,
los grupos de izquierda, sobre todo los comunistas, y el mayo del 68. Es decir,
el desencanto y la crítica hacia la deriva de aquellos jóvenes progres cuando
regresaron a su país, Perú: olvidaron la lucha, cambiaron la indumentaria y
ocuparon altos cargos en la administración. Círculos y células aquellos de los
años sesenta de los que son herederos algunos más actuales, los cuales han
confluido en su cuadratura, como los peruanos, en ministerios
conyugales, imponentes mansiones, flota de carros oficiales y un largo etcétera
de incongruencias éticas y estéticas en la orilla de acá. De allá también, una vuelta a las siempre
admiradas ramificaciones del realismo mágico a través de la sorprendente
experiencia de El murmullo de las abejas, de la mexicana Sofía Segovia.
El inolvidable personaje de Simonopio y sus abejas nos configuran, una vez más,
el inefable mundo de la creación literaria, que, sin desligarse de la realidad,
nos adentra en la maravillosa aventura de leer desde la imaginación, el
sentimiento y la pasión por el ser humano. También en la orilla de allá, he
vuelto a encontrarme con Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier, una de
las grandes creaciones que abrieron la puerta a la exitosa narrativa
hispanoamericana del siglo pasado. París es un icono en mi vida, una atracción
irresistible, un reiterado anhelo. Al hilo de las lecturas, vienen a cuento las
palabras de Walter Benjamin citadas por George Steiner y Cécile Ladjali en Elogio
de la transmisión: “Ninguna ciudad está tan íntimamente ligada a los libros
como París […]. París es la gran sala de lectura de una biblioteca cruzada por
el Sena”. El papel relevante de la Ciudad de la Luz me lo refuerza Edmund
White, París, con quien he recorrido itinerarios desconocidos que se
suman al París deslumbrante para mí por primera vez en los años sesenta.
También Modiano, a quien cito más abajo, me ata a París. Quedaba aún perderse en los libros desde sus
orígenes y acompañarlos en un periplo secular de civilizaciones, pueblos y
bibliotecas, desde los tiempos remotos hasta los actuales: un viaje fascinante
con Irene Vallejo en El infinito en un junco, reciente Premio Nacional
de Ensayo.
Desgracia (Coetzee), El amor puro y Un recuerdo indecente (Agustina Izquierdo), El honor perdido de Katharina Blum (H. Boll), Señorita (J. Eslava Galán), La peste (Camus), Paradero desconocido (K. Taylor), Alondra (D. Kosztolányi), El barón rampante (I. Calvino), Una comedia ligera (E. Mendoza), No te muevas (M. Manzzantini), La mina (López Salinas), El Danubio (C. Magris), City (A. Baricco), Fin de temporada (Martínez de Pisón), Corazón de Ulises (J. Pérez Reverte), Las ratas (M. Delibes), La peor parte. Memorias de amor (F. Savater), El cero y el infinito (A. Koestler), Yo, comandante de Auswitz (R.Höss), Homenaje a Cataluña (George Orwell), El proceso (F. Kafka), Los viajes extremeños de Miguel de Unamuno (A. Navarra Ordoño), Viaje a las escuelas de España. Extremadura (Luis Bello), El café de la juventud perdida (P. Modiano), Mi vida (M. Chagall), Bonjour tristesse (Françoise Sagan), El libro de Monelle (Marcel Schwob), Nadja (André Breton), Borges A/Z. La Biblioteca de Babel (J.L. Borges), Una nihilista (Sofia Kovalevskaia), El grito congelado (Vicente Rodríguez Lázaro). En definitiva y a más de ciertas visitas a la poesía, lecturas y relecturas sin mucho orden ni concierto, esto es, sin un plan predeterminado; descubrimientos y reencuentros, sugerencias para seguir explorando horizontes literarios.
Quiero terminar estas impresiones de lector con un breve
apunte para resaltar dos aportaciones especialmente enriquecedoras. Por un
lado, mi retorno el ensayo Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil
1936-1939, de Andrés Trapiello, cuya primera lectura cuando fue publicado,
aparte descubrirme obras y autores de calidad, me confirmó algunas convicciones
acerca de los dogmatismos ideológicos. Muy en síntesis: ni la verdad, ni la
calidad, ni la bondad son patrimonio de la izquierda ni de la derecha; ni de
los perdedores ni de los vencedores de una nefasta contienda fratricida. Deben erradicarse,
pues, los sectarismos, las presuposiciones, la división maniquea de los
españoles, sean escritores o ciudadanos del común, en “buenos y malos”, en
“ellos y nosotros”. La otra línea, apetecible y encomiable, me llega de la
literatura de viajes. En concreto, de artículos y ensayos referidos a
Extremadura, algunos de cuyos títulos he citado. De nuevo, Miguel de Unamuno
(Yuste, la Vera de Plasencia, Trujillo, las Hurdes…), y el hilo lleva al
ovillo: Luis Bello, Ciro Bayo y otros. Un atractivo recorrido final, por ahora,
ampliable en tanto que amenazas y confinamientos perduren.
(Publicado en Aires Chinatos, número de enero-marzo, 2021)
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