GERARDO MUÑOZ MUÑOZ (1894-1939)
Del anonimato de la fosa común a la rehabilitación de su buen nombre
“Es deber de los supervivientes rendir testimonio para que los muertos no sean olvidados ni los oscuros sacrificios sean desconocidos. Ojalá estas páginas puedan inspirar un pensamiento piadoso hacia aquellos que fueron silenciados para siempre, exhaustos por el camino o asesinados”. (Françoise Frenkel)
La fachada número 10 de la calle Real
de Malpartida de Plasencia luce una austera y pequeña placa de metacrilato donde
se lee: “Aquí nació D. GERARDO MUÑOZ MUÑOZ, Maestro Nacional, gran pedagogo
que dio su vida por la libertad de pensamiento. 1894-1939. Excmo. Ayuntamiento
de Malpartida de Plasencia. Mayo de 2006”. Con su descubrimiento en acto público de
autoridades y gentes chinatas, que acompañaban a los familiares de Gerardo
Muñoz venidos de Madrid, culminaban los afanes de Graciela Ugarte Muñoz por
conseguir de la Corporación del pueblo natal de su abuelo una cierta reparación
que, al mismo tiempo, era una manifestación beligerante contra el olvido. Se
trataba, pues, del reconocimiento público y sencillo homenaje a la vida, sin
ocultar las circunstancias de la muerte, de una persona ejemplar tanto en lo
privado como en lo público, y no solo en la actividad profesional docente sino
también en la acción política en la localidad madrileña de Móstoles. Celia
Muñoz y Graciela Ugarte han luchado durante muchos años para rehabilitar el
buen nombre del padre y del abuelo, respectivamente.
Al alba del 24 de junio de 1939,
Gerardo Muñoz fue ejecutado junto a las tapias del cementerio de la Almudena de
Madrid por un piquete de fusilamiento, que acabó con la vida de otros 28 presos
como él de la cárcel de Porlier, los cuales engrosaron la cifra de más de “dos
mil personas enterradas en una fosa común y a las que nadie ha podido localizar
e identificar”. De aquella Prisión Provincial de Hombres número 1 salían los
condenados a morir fusilados. En esa fecha, su mujer, María Unzúe Ortiz, se
hallaba también encarcelada y había sido condenada a 30 años de prisión por
haber defendido ante el tribunal la trayectoria profesional y política de su
esposo. Gerardo, que ya conocía la situación penal de su esposa, escribió por
última vez a a los seres más queridos: una carta a su hermana Isabel en la que iba el
poema “El pañuelo” para su hija pequeña, Marilí, incluido en dicha misiva de
fecha 22 de junio de 1939, y la composición “Siempre en ti (A mi esposa María
Unzúe)”. Son escritos de quien se sabe ya, con serenidad, cerca de la otra
orilla y cuya lectura suscita una emoción difícil de expresar con palabras. Faltaban
poco más de 24 horas para su ejecución en la onomástica de san Juan, día en que
la familia confiaba verlo dentro de la cárcel a la hora de visitas, según les
había concertado un conocido de sentimientos humanitarios. Gritos y llantos de
dolor llenarían aquella mañana aciaga los aledaños de la cárcel, una vez
recibidas las escasas pertenencias de Gerardo por quienes anhelaban abrazarse
con él.
Había nacido Gerardo en una familia
humilde de Malpartida de Plasencia y era el cuarto de los hijos de Bruno Muñoz
Garzón, jornalero del campo, y de Tomasa Muñoz Canelo, ambos chinatos como los
demás ascendientes familiares. Otros cuatro hijos, Julio, Vicente, Eulalia y
Domingo completaban la familia numerosa. La muerte temprana de Bruno (¿1905?)
determinó que Tomasa, falta de recursos económicos, ingresara a sus dos hijos
mayores, Gerardo y Julio, en el Colegio de San Calixto de Plasencia, internado
para niños huérfanos pobres. Cursado el bachiller en el orfanato, estudió
Magisterio en la modalidad libre en la Escuela Superior de Maestros de
Salamanca (1911-1913), y en septiembre de 1913 superó la Reválida y obtuvo el Título
de Maestro de Primera Enseñanza. Recién titulado y con 19 años, hubo de cumplir
los deberes para con la patria y el rey en Madrid, durante los preceptivos tres
años de milicia de entonces. Allí conoció a María Unzúe, y entre ellos nació un
amor para toda la vida, un amor de los que “trascienden al tiempo y al espacio”,
es decir, un amor más allá de la muerte, como explicitan testimonios
escritos de quien, tan pronto, sería luego su viuda.
María y Gerardo se casaron en
noviembre de 1921 y se instalaron en Móstoles, donde él había sido destinado
como maestro. Bien puede afirmarse que el matrimonio vivió una etapa de
“felices años veinte” particulares, década en que les nacieron sus cinco hijos
(Mª Pilar, Celia, Gerardo, Rafael y Mª Eulalia); establecieron relaciones
sociales en el lugar: contaron con la amistad de los representantes de las
fuerzas vivas (alcalde, cura, médico), con quienes Gerardo echaba la partida de
mus, aunque después estos mostoleños serían los Judas del maestro. Se
mantuvo vinculado al pueblo natal mediante colaboraciones para el periódico El
Gladiador. Suscrito al diario El Sol y a la Revista de Occidente,
se adscribía así a la orientación intelectual orteguiana del momento. En la profesión,
estaba catalogado como un buen maestro, de talante humanitario, propenso a
ayudar siempre a los más necesitados de sus alumnos. En estos primeros años de
la década, sus cuatro hermanos y su madre, Tomasa Muñoz, habían emigrado a la
Argentina, donde Eulalia casaría con el pintor José Canelo, paisano afincado
hacía varios años en Buenos Aires.
En Móstoles, aparte la docencia y la
vida familiar, Gerardo Muñoz se implicaría enseguida en la actividad política y
sindical desde la afiliación a la FETE (Federación Española de Trabajadores de
la Enseñanza) y la militancia en Izquierda Republicana de Manuel Azaña. Llegada
la República, participaba en las actividades de la Casa del Pueblo, en la
difusión institucional de la cultura y creación de bibliotecas escolares; ello
le llevó a relacionarse con Alejandro Casona, a la sazón inspector del Ministerio
de Instrucción Pública y Bellas Artes, quien le proporcionó libros, incluidas
todas sus obras, para la escuela de Móstoles. El inicio de la guerra provoca la
interrupción de las clases, y la familia se traslada a Madrid a casa de Lucía
Ortiz, madre de María, dejando todas sus pertenencias en Móstoles, y que nunca
ya recuperarían.
Gerardo Muñoz formó parte de las
Milicias de la Cultura del Frente del Centro, prestó servicios de inspector de
Contabilidad del MIP y BA, enseñaba a los milicianos en una especie de clases
de trinchera. Era la guerra. Los hijos de Gerardo y María, excepto la mayor,
Pilar, que permaneció junto a los padres en casa de la abuela, fueron enviados
a la colonia escolar “Luis Monreal” en Cuenca. Cuando se colegía la derrota de
la República, Gerardo no creyó conveniente salir de España como le había
propuesto su primo Agustín Mateos Muñoz, catedrático de Filosofía, quien
cruzaría la frontera francesa en febrero de 1939 para después embarcar en el Sinaia
hacia el exilio en México. Prefirió ir al frente alistado en el Batallón de
Ingenieros, donde estuvo hasta marzo de 1939. Entonces, cuando quiso contactar
con Agustín, ya no lo encontró y fue imposible la huida. En Alicante fue
detenido y encerrado en los campos de concentración de Los Almendros y de
Albatera, dos de aquellos inhumanos recintos de reclusión y tortura para miles
de republicanos, los cuales habían ido llegando al puerto alicantino con la
intención de embarcar y escapar de la represión de los vencedores. Hay
correspondencia con su mujer de esas fechas. Ella fue detenida en Madrid en abril y encerrada
en la prisión de mujeres de Ventas el 2 de mayo 1939, acusada de pertenecer al
Comité Rojo.
A instancias del hermano del cura de
Móstoles, Gerardo fue trasladado desde Albatera a Madrid en un ataúd y, por las
calles de Móstoles, sometido a todo tipo de insultos y humillaciones. Acusado
del delito de auxilio a la rebelión, ingresó en la cárcel de Yeserías el 18 de
mayo de 1939, y enseguida fue trasladado a la prisión Porlier, donde recibe la
visita de la familia en dos o tres ocasiones. El 24 de mayo fue sometido a
juicio sumarísimo y condenado a pena de muerte, a pesar de reconocérsele ajeno
a cualquier delito de sangre, pero considerando que “una persona como él puede
abrir los ojos a otros y no conviene al régimen”. Al mismo tiempo, la esposa, continuaba
en la cárcel de Ventas, y en consejo de guerra a primeros de junio fue
condenada a 30 años de reclusión mayor. Sería trasladada a Santander, a un
convento prisión, tres días después de la ejecución de su marido. A María Unzúe
se le conmutó la pena de 30 años por la de 8 en 1940.
La mañana del 24 de junio de 1939,
como veíamos al principio, permanecería imborrable en la memoria de los hijos y
demás familiares de Gerardo Muñoz. Pero la voracidad vengativa y represora del nuevo
régimen no quedaba saciada con los muertos de junto a las tapias de los
cementerios, ya que al baldón de la condena y de la muerte inicuas había de
añadirse el de la depuración a la que, así Gerardo, fueron sometidos miles de
maestros. La tramitación del expediente depurador contra el maestro Gerardo
Muñoz Muñoz, a cargo de la Comisión Depuradora del Magisterio de Madrid número
4, contó con los deplorables y devastadores informes de varios ciudadanos
mostoleños, quienes unos años antes figuraban en el círculo de amistades del
matrimonio Muñoz-Unzúe. Así, el alcalde, el párroco y el médico, unidos al de
la Guardia Civil y al jefe local de la Falange, manifestaron con ensañamiento falsedades
gravemente inculpatorias contra el maestro. Todos aquellos caínes figuran en sendas declaraciones con nombres
y apellidos rubricados por ellos mismos.
La resolución del expediente
depurador, esperable incluso sin el aporte de declaraciones tan tendenciosas y
condenatorias, fue la consabida para tantos maestros como la sufrieron, vivos o
muertos: separación definitiva del servicio, baja en el escalafón y pérdida de
todos los derechos que pudieran haberse adquirido durante el ejercicio del
magisterio. De esta forma, el castigo alcanzaba a la familia del depurado, pues
ningún derecho ni asistencia le correspondería en el futuro. El 19 de mayo de
1941, casi dos años después de la ejecución de Gerardo Muñoz, era publicada en
el BOE su depuración “por irreligiosidad y ateísmo”, resultado de un expediente
iniciado un año después de su muerte y en una tramitación llena de
imprecisiones, desconocimientos y mentiras.
Para comprender en toda su magnitud el
sentido de lo expuesto acerca del maestro y paisano Gerardo Muñoz, sería
necesario empaparse del informe citado de Graziela Ugarte, su nieta, y de las
aportaciones orales de Celia Muñoz, su hija. De ambas soy deudor. Ellas han
proporcionado documentación y vivencias abundantes para publicaciones y actos
públicos de memoria y homenaje a los maestros mártires, promovidos por
instituciones estatales, organizaciones privadas e investigadores enfrentados a
la desmemoria y al olvido. A ese fin, a pesar de su limitado alcance, se suma este
artículo.
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