Las Jornadas del Emigrante, que organizaba el Colectivo Cultural Chinato, incluyeron en sus actividades, hace ya varios años, la “ruta de los pozos”, esto es, un recorrido pedestre por callejas y parajes cercanos al pueblo donde se encuentran fuentes y pozos muy antiguos. En general, estos medios de aprovisionamiento de agua estaban ubicados en encrucijadas de caminos, ejidos y pasiles; todos ellos, espacios abiertos, comunes, de titularidad municipal y uso público. Tenían que ver con abrevaderos de ganados, lavados de la ropa familiar y, algunos, con la provisión de agua potable para consumo humano. Depósitos de agua, pues, muy necesarios, en tiempos en que la red de agua corriente general estaba aún muy lejana. Además, en los patios o corrales de numerosas viviendas, había también pozos o aljibes. Las fuentes y los pozos estaban excavados en manantiales o corrientes acuíferos de las capas freáticas. Los pozos grandes de cercanas lejanías, o los más recogidos de los corrales de las casas, nos hablan también de profundas soledades ahogadas en la quietud de esas aguas. Otrora, en nuestro pueblo había cierta preferencia de los suicidas por los pozos, en cuyos brocales dejaban alguna pertenencia identificadora: la petaca y otros útiles de fumar, el sombrero, un pañuelo de la cabeza, un cántaro de barro y la rodilla… Y como en la tradición de otros lugares, también la memoria oral ha tejido historias, leyendas y anécdotas en torno a las fuentes; y la literatura lírica, sobre todo, encuentra un escenario aparente en asuntos de amores junto a las aguas claras de cristalinas fontanas.
Muchas de las personas
participantes en el recorrido de los pozos y fuentes en aquel mes de agosto de
2011 desconocían los lugares que estaban visitando, y desde la organización se
les proporcionaba, in situ, sucinta información al respecto.
Desaparecidos los pozos de la Plaza Mayor, del Concejo, el Pozón del Ejido
Grande,; ocultas la Fuente y la Charca…, perviven aún el pozo del Teniente, el
del camino de la Luz, el de los Guijos, el pozo de Teodora, las Higuerillas, la
Fuente Santa, el Pozuelo. En los últimos tiempos, han sido reparados y
protegidos con cierres de rejillas de hierro. Forman parte, pues, de un patrimonio tradicional importante, que
debe ser preservado por el municipio.
Ligeros retoques no han alterado
el aspecto ni la fábrica del Pozuelo, el más grande de ellos, tal como
quedó en la reconstrucción de 1892. Se trata de una obra llamativa por las dimensiones,
la robustez de los materiales empleados en bóvedas y brocales, por sus dos
bocas simétricas de gran tamaño: enormes planchas de granito en los brocales y grandes
dovelas de la misma piedra en las bóvedas, combinadas con ladrillo y piedras de
pizarra en las paredes de contención. Tal es la estructura, rayana en la
monumentalidad, de este pozo singular.
Situado en parajes cercanos al arroyo
Molinillo, por la zona del arroyo de la Cañaílla, tal como lo
encontramos en la actualidad, el Pozuelo (también, la Pozuela en algunas
denominaciones) es una obra más que centenaria (130 años), según atestigua el
año grabado en dos de las paredes de sus brocales:1892, en una de las cuales
aparece además la filiación del cantero: F. Osorio. Antes de esa fecha, y sin
que podamos determinar cuándo fue construido en su origen, existía un pozo en
el mismo lugar y con idéntico nombre, cuya bóveda y paredes se habían hundido a
principios de 1891, siendo alcalde Donato Pereira. Entonces se levantó
alrededor una pared de piedra seca como cierre con el fin de evitar peligros a
personas y animales, trabajos que realizó Laureano Garzón, por un coste de 30
pesetas, correspondientes a diez peonadas de albañil y cuatro de peón. También
se ensanchó el hueco y se dio más profundidad al pozo. Pero sería al verano
siguiente, debido a la escasez de agua y a los fuertes calores, cuando urgiera
restaurar el Pozuelo, o lo que es lo mismo, reconstruirlo casi de nuevo cuño.
Elaborado el presupuesto y el
pliego de condiciones por la Comisión de Obras del ayuntamiento, el maestro
albañil Dionisio Vivas remató la subasta en 1800 pesetas. La reconstrucción
afectaba a brocales, paredes y bóvedas. El alcalde nombró vigilante de los
trabajos a Francisco Pereira, y en el transcurso de los mismos se produjeron
derrumbes de tierra y escombros. Sacarlos, rozar las paredes, reforzarlas y
ensanchar la cavidad 1,5 metros por la parte del saliente, supuso un aumento de
obra, que le sería reconocido y abonado al rematante Dionisio Vivas. Este percibiría
al finalizar la reconstrucción en septiembre de 1892, por un lado, 1800 pesetas
como importe de la subasta licitación y, por otro, 699 pesetas por los trabajos
añadidos de desescombro y ensanche. Así, pues, rehabilitar el Pozuelo le supuso
al erario municipal un gasto de 2.500 pesetas.
Aquella obra, salvo ligeros arreglos
en alguna de las pilas de las esquinas de los amplios brocales, ha llegado
hasta hoy, y nada indica que pueda venirse abajo. En cambio, sí han desaparecido la
funcionalidad como abrevadero para el ganado y el trajín de las mujeres que iban
a lavar la ropa o a acarrear agua para el hogar con los botijos de barro en las
típicas aguaderas en los burros, o bien con un cántaro al cuadril y otro a la
cabeza con la rodilla. La pervivencia del Pozuelo testimonia, una vez más, el
buen hacer de los alarifes chinatos, cuya fama se ha extendido por muchos
territorios de nuestro país.
Publicado también en Aires Chinatos, N.º 54, 3ª Etapa (julio-septiembre, 2022)
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