miércoles, 17 de noviembre de 2021

ARTÍCULOS EN "AIRES CHINATOS"

En los últimos números del periódico-revista de Malpartida de Plasencia han sido publicados los textos que siguen: 


La casa de tía Feliciana

En los últimos tiempos, han desaparecido o se han transformado ciertos edificios de titularidad municipal, y en su lugar han surgido otros inmuebles para usos, en ocasiones, muy diferentes a los de la construcción de origen. Donde estuvieron las viviendas de los maestros, por ejemplo, en torno a la plaza de Gabriel y Galán, encontramos un importante complejo social integrado por el Hogar del Pensionista, el Piso Tutelado y la Casa de la Cultura, con la Biblioteca Municipal como elemento destacado de aquellas dependencias. Tan importantes obras se llevaron a cabo en las dos últimas décadas del siglo pasado, a las que se añadieron otras actuaciones complementarias de ampliación y mejoras a principios de la centuria en curso. Más reciente es la transformación y adaptación del antiguo Matadero Municipal, que, tras los trabajos pertinentes, ha sido convertido en un espacio destinado a actividades artísticas y audiovisuales (música, teatro, grabaciones, etc.). Así, en la zona norte de la villa, en el paraje de las Higuerillas, colindante a huertos y olivares, encontramos ahora el Espacio Matadero Arte (EMA) VICENTE MANZANO GARCÍA, inaugurado a mediados de abril, cuando hacía poco más de un año de la muerte del artista chinato al que está dedicado el edificio. Por citar un caso más, cuando se escriben estas líneas, está siendo demolido el antiguo Cuartel de la Guadia Civil con el fin de edificar en el solar resultante un Centro de Día, parte inicial de un proyecto de mayor envergadura con fines sociales. Será objeto de otro trabajo contar la historia de aquellas viviendas “dignas y adecuadas para las fuerzas de la Guardia Civil de la localidad, con los anexos necesarios para un cuartel”, cuyos trámites inició el Ayuntamiento al comienzo del año 1941; y también diremos algo de las casas de los maestros cuando abordemos la construcción de las escuelas graduadas.

La supresión de un edificio, sin embargo, no siempre conlleva la construcción de otro en ese lugar, y en bastantes ocasiones el solar resultante es destinado a ampliar la vía pública mediante el ensanche de calles o la creación de parques y zonas ajardinadas. Tal es el caso de una vivienda señera, desconocida para las gentes del lugar nacidas desde mediados de los años sesenta hasta hoy, pero muy familiar para las generaciones de posguerra y algunas anteriores. La conocíamos como “la casa de tía Feliciana” (y su hija, Cecilia), y estaba ubicada, sola y llamativa, en el amplio espacio de la plazuela de San Gregorio. Es decir, una vivienda exenta en pleno corazón del Lejío (Ejido) Chico, cuya fachada principal hacia el norte estaba precedida de una escalinata, que, al tiempo que daba acceso a la planta principal, salvaba el desnivel de la planta baja.

Un lugar tan céntrico era el recutiero (acudidero) ideal de los muchachos para los juegos, carreras, griteríos y encuentros en las escaleras, lo cual mantenía siempre vigilante a tía Feliciana, que salía enarbolando la escoba de palo o la horquilla de hacer las camas para dispersar a la molesta chiquillería. Y es que en muchas ocasiones los muchachos perturbaban el descanso de algunos huéspedes de la casa, pues en ella paraban viajantes, chalanes, orives y otras gentes de tránsito; no en vano, la casa de tía Feliciana fungía de pensión donde, entre otros, pernoctaban Godoy, el Cominero, impresionante hombrón, tocado de sombrero caribeño, ataviado con blusa de chalán y al hombro, unas alforjas de lino blanco repletas de saquitos con las aromáticas especias; la paragüera de Serradilla; el viajante de las máquinas de coser Singer, cuya representante  en el pueblo era tía  Basilia, en la calle de la Fuente , y algunos otras figuras difuminadas ya en la memoria.  También ciertos personajes singulares y vagabundos, de los que solían pasar las noches bajo el manto de las estrellas, recalaban en los aledaños del edificio siempre rodeados de muchachos: Sebastián el de las Medallas, tío Claver, el trotamundos Jorozco.  Asimismo, en la fachada este despertaba la curiosidad infantil la rudimentaria fábrica de gaseosas, ubicada en la planta baja y regentada por tío Fermín, uno de los municipales serenos, en pareja nocturna con mi tío Gregorio, a quien ayudaba tío Cesáreo ; y en la parte opuesta estaba la entrada a las cuadras para los caballos de chalanes y feriantes.

La casa de tía Feliciana, plantada en el pasil de las gentes del Cerro (o la Cuesta) hacia el centro del pueblo, aglutinaba en las viviendas circundantes de la plazuela un contingente humano que desde hace décadas forma parte del imaginario personal de muchos chinatos. Así, y a riesgo de omisiones involuntarias, puedo citar a tía María, la Coja; tío Lucas, el Pescaor, y tía María; tía Nati y tío Miguel (tienda de ultramarinos); tía Lucia (sic) y tío Juan (bar Sol); el parador de tía María, la de los Tejados,  y tío Justo; tía Isabel y tío Justo, el Carretero; tío Benjamín, el Cabrero,  y tía Rosa (mis abuelos paternos); el bar Avenida (Claudio Mateos); tío Fermín y Martina (bar Altamira); tía Modesta y tío Emilio (el de los Arbitrios); tío Blas Oliva, el carpintero, y tía María, y unas cuantas familias más en los aledaños hacia el Ejido Grande. A todos ellos se sumaban las aportaciones de las calles confluyentes en la plazuela o que arrancaban de ella: Mesones, Carrera de San Gregorio (tía Victoria, la pescadera), Parra (el Molino Rojo de Currito y otros bares), Mayor y Joaquín Alcalde (taller de carros de los hermanos Vivas).

El tiempo, río que nos lleva, ha originado cambios sustanciales en el antiguo llano o plazuela de San Gregorio, y el punto de partida fue la construcción de la actual ermita (inaugurada en 1953), cuya llamativa fachada, a la que antecede en su nuevo emplazamiento el enorme y artístico crucero, da la bienvenida a quienes acceden a la villa por esta parte. Sin embargo, para el ensanche de vía pública y su conversión en la espaciosa plaza de San Gregorio sería determinante la demolición de la casa de tía Feliciana. Declarado el estado de ruina de la vivienda en 1960 y cumplidos los preceptivos trámites legales, el Ayuntamiento recuperaría para uso común un solar que, edificado a principios de siglo, se integraba varias décadas después en el terreno del que había sido segregado: el llano de la actual Plaza de San Gregorio.

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Paisaje desolado

 El caminante de cercanías por callejas y parajes aledaños al rincón de nacimiento encuentra a diario hermosas imágenes que le mantienen unido sentimentalmente a las correrías de la adolescencia, a las actividades agropecuarias de ascendientes familiares y convecinos, a un entorno conocido y cambiante a lo largo del tiempo, que conserva, no obstante, ciertas peculiaridades de siempre. Animales, plantas, regatos y “pasaeras”, paredes de piedra, albañales, cerros y collados, caminos y callejas, configuran un amplio tapiz que fue tejido e iluminado desde tiempos inmemoriales y de cuyo cañamazo formamos parte animada. Es cierto que todo está sometido al cambio, al panta rei de la temporalidad, pero, en esencia, los elementos naturales del paisaje permanecen.

Constatamos que antes de tan impactantes alegatos testimoniales como, por ejemplo, Los santos inocentes, novela (1981) y película (1983), había sido ya erradicado el chozo de nuestros campos como vivienda de personas. Tales moradas hogareñas de familias de labradores, criados de señoritos, cabreros y pastores, cuidadores de zonas rayanas y limítrofes entre latifundios, términos municipales, etc., habían ido desapareciendo en aras de la aún cicatera justicia social para las personas más humildes, desheredadas de la fortuna y sometidas a los poderosos. Los amos, los señoritos, los latifundistas o terratenientes se pavonearon de magnanimidad cuando construyeron en sus dehesas casas o casetas destinadas a jornaleros, criados y otros servidores, si bien los guardas solían tener una vivienda más apañada cercana a la casa grande de los señores.

Las tierras del minifundio, propiedad de los vecinos más bien pudientes, tenidos o considerados como “ricos” (con Perugelmos, ganado vacuno, etc.) y, generalmente, no muy alejadas de la población, eran los cercados de paredes de piedra, dedicados a pastos y a la recogida del heno en primavera. Casi todas estas tierras cercadas contaban con casa de muros de piedra y barro, cubiertas de teja vana y puerta de madera, normalmente sin ventanas. En ellas se almacenaba el heno y la paja para el alimento del ganado vacuno.

Tanto los chozos, a pesar de sus connotaciones negativas, como las casas, los tinados de las cercas o los hornillos de las Viñas se hallaban integrados en el paisaje como elementos de una arquitectura popular muy rústica casi toda ella si se quiere, pero acorde y respetuosa con el medio y agradable a los sentidos. Constituían, pues, un componente más del entorno muy familiar a ganaderos, agricultores, pastores, cabreros, vaqueros, caminantes. Eran, asimismo, construcciones adecuadas y equilibradas; en terminología actual, sostenibles. Pero los tiempos cambian, y así también los usos y las costumbres, las cosas y su funcionalidad.

No cabe añoranza alguna ni ensoñación bucólica para habitáculos como los chozos y todas sus variantes, felizmente erradicados, si en ellos hubieran de albergarse personas como sucedía antaño. Sí procede, en cambio,  lamentar el abandono institucional en que se hallan, por ejemplo, los hornillos de las Viñas, vestigios de una arquitectura popular autóctona muy interesante. En los cercados, se mantienen en pie algunas casas de la paja y del heno, pero otras se hallan en ruina, semiderruidas o despanzurradas; también las hay que han sido sometidas a adaptaciones, en general ilegales, para usarlas como estancias de recreo. Y en ello detenemos la mirada.

Tenemos, por un lado, que, en espacios protegidos, digamos las Viñas, surgieron durante los años bonancibles mansiones al modo americano de las series televisivas Miami, Dinastía, Falcon Crest (sobre todo) y similares modelos de ostentación. Paralelamente, la casi extinción de las actividades de labradores, agricultores y jornaleros del campo llevó a numerosos propietarios de pequeños viñedos a deshacerse de ellos a precios de saldo, circunstancia aprovechada por gentes forasteras y también por otras del pueblo para edificar allí sin ningún control. Tanto la tropelía de lo pretencioso como la más abundante y de tono menor de los menos pudientes no encontraron freno legal en la administración local, que debería haber aplicado con todo rigor las leyes (estatales y regionales) y las ordenanzas (municipales) vigentes al respecto. Lo sencillo, lo natural, lo autóctono ha sido eclipsado no solo entre las parras y los olivos de los viñedos chinatos, sino también en huertos y cercados próximos a la población, por el complemento de una arquitectura “popular” chabolística y chabacana de materiales de desecho, utilizados tal cual, es decir, sin reciclaje o adaptación al entorno. Precursores de todas las variantes a que nos referimos fueron, recordémoslo, los intimidantes alambres de espinos, que sí ponen puertas al campo, sustitutos casi universales de los laboriosos y artesanos cierres de piedra.

Desde hace ya mucho tiempo, pues, el recorrido por nuestras callejas, en un radio aproximado de dos kilómetros, incluido el territorio de las Viñas, ofrece una vista desalentadora plagada de catres, somieres, bidones, plásticos en diversos formatos, neumáticos variados, alambradas, puertas viejas, quioscos, vehículos de motor (furgonetas, caravanas), chasis, palés, casetas de obra, mallas de colores, cubos, hierros y aluminios diversos y todo el etcétera imaginable de desechos de tal guisa. Estos manchones constructivos han alterado de tal modo el medio natural, que ya no vemos huertos, olivos, parras y otros frutales, sino chabolos horribles, abigarrados chafarrinones que afean y empobrecen un noble paisaje, ahora desnaturalizado y agredido por doquier. Por ello y concluyendo, a quienes valoramos, defendemos y fomentamos la pervivencia de las tradiciones locales y el respeto a nuestro entorno natural, no nos queda sino insistir en la denuncia, la protesta y la exigencia ante los poderes públicos de medidas correctoras para la reiterada e impune deturpación del medio natural debida a la “nueva arquitectura popular” objeto de estas líneas.

 

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